miércoles, 15 de octubre de 2014

Outono


"As árbores espidiñas sen follas, sen folliñas. 
Os esqueletos de xeo amosan os seus outonos, 
os seus laios, os seus soños. 
Unha alfombra cobre o chan, tapiz de follas caídas, 
folliñas que veñen e van. 
Folliñas lixeiras e secas fatigadas de troular. 
Folliñas que bailan co vento todos collidos da man." 
                                                       Antonio García

¡Con la creatividad movemos el mundo!

 “Una vez un niño fue a la escuela, el niño era muy pequeño y la escuela muy grande. Cuando el niño descubrió que podía ir a su aula con sólo andar en línea recta, se sintió feliz; y ya no siguió pareciéndole que la escuela fuera tan grande. Una mañana, cuando el niño ya llevaba un rato en la escuela, la maestra dijo: - Hoy vamos a hacer un dibujo.- Muy bien, pensó el niño. Porque a él le gustaba dibujar, podía pintar leones, tigres, gallinas, vacas, trenes y barcos… sacó sus lápices de colores y se puso a dibujar. Pero la maestra dijo: - Esperad, aún no es el momento de empezar. Y esperó a que todos estuvieran dispuestos. - Ahora, dijo la maestra. Vamos a dibujar flores. - Qué bien, pensó el niño porque a él le gustaba pintar flores. Y empezó a dibujar bonitas flores, con sus lápices rosados, amarillos, azules y verdes. Pero la maestra dijo:- Esperad, que yo os mostraré cómo se hacen.- Así, dijo la maestra. Y dibujó sobre la pizarra una flor roja con el tallo verde.- Ya, dijo la maestra. Ahora ya podéis empezar. El niño miró la flor de la maestra y después miró la suya. A él le gustaban más su flor que la de la maestra, pero no lo dijo y se limitó a dar la vuelta a la hoja para hacer una flor como la de la maestra: era roja con tallo verde. Otro día, cuando el niño había abierto él solo la puerta de la entrada, la maestra dijo:- Hoy vamos a trabajar con plastilina.- Bien, pensó el niño. Porque a él le encantaba la plastilina. Podía hacer con ella toda clase de objetos: serpientes y muñecos, elefantes y ratones, coches y trenes… y empezó a amasar un puñado de plastilina. Pero la maestra dijo:- Esperad, no es hora de comenzar. Y él esperó hasta que todos estuvieran dispuestos.- Ahora, dijo la maestra. Vamos a hacer una víbora.- Qué bien, pensó el niño. Porque a él le gustaba hacer víboras. Y empezó a hacerlas de distintos colores y tamaños. Pero la maestra dijo:- Esperad a que yo os enseñe. Y entonces les enseñó a hacer una víbora larga.- Ahora, les dijo, ya podéis empezar. El niño miró la víbora que había hecho la maestra y después la suya. Las suya le gustaba más que la de la maestra, pero no reveló nada de eso. Y se limitó a amasar la bola de plastilina y a hacer una víbora como la de la maestra. Así, poco a poco el niño aprendió a esperar, a observar y a hacer las cosas igual que la maestra. Y muy pronto dejó de hacer las cosas por sí mismo. Entonces sucedió que el niño y su familia se mudaron a otra casa en otra ciudad y el niño tuvo que ir a otra escuela. Una escuela aún más grande que la anterior. Tenía que subir unos grandes escalones y caminar por un pasillo largo para llegar a su aula. El primer día de clase, la maestra, dijo:- Hoy vamos a hacer un dibujo.- Bien, pensó el niño. Y se quedó esperando a que ella le dijera lo que tenía que hacer. Pero la maestra no dijo nada. Se paseaba entre los niños y las niñas por el aula. Cuando llegó junto al niño le preguntó si no quería dibujar.- Sí, dijo él. Pero, ¿qué vamos a hacer?- Yo no sé hasta que tú lo hagas, dijo la maestra.- Pero, ¿cómo tengo que hacerlo?- Como a ti te guste, dijo la maestra.- ¿Y de qué color?, preguntó el niño.- De los que tú quieras Si todos hicieseis el mismo dibujo y usaseis los mismos colores, ¿cómo iba a saber yo cuál era de cada uno?- Yo no sé, dijo el niño…. Y comenzó a hacer una flor roja con el tallo verde.” Helen E. Buckley